Siempre he sentido atracción por el boxeo. Permanece en mis recuerdos de niñez transmitido por aquella vieja televisión. Pedro Carrasco, Perico Fernández… titanes en blanco y negro, campeones del mundo en un país en el que los éxitos deportivos eran escasos y casi siempre fruto de la épica. Los recuerdos magnifican aquellas gestas, el tiempo las engrandece.

También me encantaban aquellas películas de cine negro americano donde chicos sin recursos luchaban con sus puños para labrarse un futuro mejor y ganarse el respeto. Historias de superación, éxito y ocaso, de leyenda y drama.

Recuerdo mi primer día como fotógrafo en una velada. Gente de aquí para allá, ayudantes, entrenadores, boxeadores. Un combate tras otro, en los vestuarios, a pie del cuadrilátero, nervios, agitación… y el placer de revisar las fotografías al día siguiente. Desde entonces he seguido fotografiando boxeo, casi siempre aficionado, en veladas de barrio, aunque en alguna ocasión he podido asistir a varios campeonatos de España. También en los entrenamientos, donde he comprobado lo dura que es esta disciplina y el compañerismo que genera entre los protagonistas de la historia. El gimnasio de boxeo todavía sigue teniendo cierto halo de refugio para algunos y es centro de reunión, un lugar muy cercano a la calle, hace grupo y familia.

En competición, el boxeo se muestra como un deporte duro y dramático. También técnico, táctico, dinámico, plástico y muy fotogénico. Es un deporte desconocido, pleno de esfuerzo, disciplina y sacrificio. La carga física de los entrenamientos; la liturgia previa al combate; la lucha y la estrategia; la adrenalina en el ambiente; el triunfo y la gloria, la derrota y el fracaso; la concentración previa, la liberación final; el levantarse tras la caída; la espera de la siguiente oportunidad; el respeto, la nobleza… Con todas sus connotaciones deportivas y humanas, el boxeo resulta un mundo apasionante, reflejo de la propia existencia.

Las fotografías que aparecen en esta página son el resultado y el resumen de un trabajo que comenzó en 2010. Es un reportaje que permanecerá abierto por su atractivo y porque me gusta mantener vivos mis recuerdos.

Quiero agradecer a todas las personas que aparecen en las fotografías, así como a todos los que han facilitado mi labor, me han ayudado y a los que estimo, especialmente al Club TITOBOX de Logroño, con Norberto Ruiz “Tito” e Íñigo Ruiz a la cabeza, valedores imprescindibles del noble arte, sin los que habría sido imposible realizarlas.

Carlos Glera.