Bio

Parece que si contamos lo que vemos estamos menos solos. Parece que si escuchamos lo que nos cuentan sabemos a dónde vamos.
Así nació el actor, el espectador y el narrador. La prosa y la lírica. El ojo del poeta a través de la lírica de su mirada hace sostenible el apabullante infinito dotándolo, quizás, de belleza. La mirada de Carlos, recortada por el encuadre y desenfocado por el diafragma, roba esa fracción de segundo única e inaprensible de la insoportable fugacidad del estar vivo.
Es una serie de momentos, miradas y contiendas. De esperanzas, melancolías y cachivaches. Pero sobre todo de soledad y un desconcertante sinsentido que acompaña nuestra existencia. Un sinsentido que se alivia con el reto, el desafío de la contienda. Dramática e intensa. Rítmica y requirente en un ahora impío. Instantes que nos entregan en compensación pasión, intensidad, y un fugaz propósito que dura lo que dure la contienda.
Y para esta poesía qué mejor sintaxis que la que nos regala el boxeo. Ese deporte nacido de los puños del mayordomo y el carnicero del Duque de Albermarle en una Inglaterra de 1681. Y qué mejor pluma que la mirada de Carlos que secuestra, como nadie, el espacio vacío, ordenado e inerte. En esa intimidad que se produce cuando nadie te ve.
Puede que la métrica decasílaba sean diez años, o un segundo. Es una serie atemporal. No por faltarle fecha ni duración. Es porque no importa. No va una antes y la siguiente después. Es una serie polifónica, armónica, incluso sinfónica, pero el orden de los factores no altera el producto. La poesía se produce. Y con ella una mirada que nos permite intuir el infinito pagando dosis aceptables de melancolía y solitud.
Este prologo es prosa de la lírica. Estas fotografías son lírica de la prosa.

Gonzo Suárez.